Autor: AugustoMonterroso
En lo más intrincado de la selva existió en tiempos lejanos un búho que empezó a preocuparse por los demás.
En lo más intrincado de la selva existió en tiempos lejanos un búho que empezó a preocuparse por los demás.
En consecuencia se dio a meditar
sobre las evidentes maldades que hacía el León con su poder; sobre la debilidad
de la Hormiga, que era aplastada todos los días tal vez cuándo más ocupada se
hallaba; sobre la risa de la Hiena, que nunca venía al caso; sobre la Paloma, que
se queja del aire que la mantiene en su vuelo; sobre la Araña que atrapa a la
Mosca y sobre la Mosca que con toda su inteligencia se deja atrapar por la
Araña, y en fin, sobre todos los defectos que hacían desgraciada a la
Humanidad, y se puso a pensar sobre la manera de remediarlos.
Pronto adquirió la costumbre de
desvelarse y de salir a la calle a observar cómo se conducía la gente, y se fue
llenando de conocimientos científicos y psicológicos que poco a poco iba
ordenando en su pensamiento y en una pequeña libreta.
De modo que algunos años después se
le desarrolló una gran facilidad para clasificar, y sabía a ciencia cierta
cuando el León iba a rugir y cuándo la Hiena se iba a reír, y lo que iba a
hacer el Ratón de campo cuándo visitara al de ciudad, y lo que haría el Perro
que traía una torta en la boca cuando viera reflejado en el agua el rostro de
un Perro que traía una torta en la boca, y el Cuervo cuando le decían que qué
bonito cantaba.
Y así, concluía:
“Si el León no hiciera lo que hace
sino lo que hace el Caballo, y el Caballo no hiciera lo que hace sino lo que
hace el León; y si la Boa no hiciera lo que hace sino lo que hace el Ternero, y
el Ternero no hiciera sino lo que hace la Boa, y así hasta el infinito, la
humanidad se salvaría, dado que todos viviríamos en paz y la guerra volvería a
ser como en otros tiempos en los que no había guerra”.
Pero los otros animales no apreciaban
los esfuerzos del Búho, por sabio que este supusiera que lo suponían; antes
bien pensaban que era tonto, no se daban cuenta de la profundidad de su
pensamiento, y seguían comiéndose unos a otros, menos el búho, que no era comido
por nadie ni se comía nunca a nadie.
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